lunes, 20 de junio de 2011

NOTICIAS LUNES 20 DE JUNIO DEL 2011

"El mítico vestido blanco de Marilyn se subasta por 3,2 millones de dólares"

Washington | Efe


Marylin Monroe se acerca a una rejilla del metro. Lleva un vestido blanco con pliegues que se eleva dejando al descubierto sus piernas, una escena mítica que ha sido recreada infinidad de veces. Ahora, la vaporosa prenda con la que la actriz sedujo a medio mundo en 'La tentación vive arriba' (1955) ha sido subastado por 4,6 millones de dólares (unos 3,2 millones de euros). La pieza fue la estrella de la subasta de recuerdos de Hollywood que celebró el pasado sábado en la casa de subastas Profiles in History, en Calabasas (California).
Esta fue la primera parte de la subasta de la colección privada de la actriz Debbie Reynolds, que incluye 3.500 vestidos, 20.000 fotografías originales y varios cientos de pósters de películas y objetos relacionados con la industria. Durante años, legendaria estrella ha ido atesorando trajes y otros artículos cuando los estudios de Hollywood venden o vacían sus almacenes.
El vestido rojo de lentejuelas que Monroe lució en 'Los caballeros las prefieren rubias' se subastó por 1,2 millones de dólares (unos 800.000 euros), según recoge la cadena CBS.
Otra de las prendas, en este caso de la película 'Río sin retorno' fue vendido por 510.000 dólares (356.000 euros), mientras que el que vistió también en 'Los caballeros las prefieren rubias' durante el número 'Heat Wave' se adjudicó por algo más de medio millón de dólares.
Pero Marilyn no fue la única estrella de la noche, ya que la subasta también incluía el vestido de algodón azul con lunares usado por Judy Garland en sus dos primeras semanas de rodaje como Dorothy, en 'El mago de Oz', que alcanzó los 910.000 dólares (635.000 euros), diez veces más de lo esperado.
El bombín de Charlie Chaplin recaudó 110.000 dólares (unos 76.000 euros), mientras el uniforme de Gary Cooper en 'El sargento York' se vendió por 55.000 dólares (unos 38.000 euros), mientras el rifle que manejaba en esa cinta se adjudicó pro 19.000 dólares (unos 13.000 euros).
Otra de las curiosidades de la subasta fue la armadura que lució Ingrid Bergman cuando encarnó a Juana de Arco en la película homónima, que alcanzó los 50.000 dólares (unos 35.000 euros) o el traje de amazona que vistió una jovencísima Elizabeth Taylor en 'National Velvet', comprado por 60.000 dólares (unos 42.000 dólares).
La segunda parte de la subasta tendrá lugar en diciembre de este año.

Fuente: ElMundo
URL del artículo: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/06/19/cultura/1308490446.html

El Oriente que hechizó a Pasolini

La Filmoteca de Bolonia expone hasta el 7 de octubre las fotos que Roberto Villa realizó durante el rodaje de 'Las mil y una noches' en Yemen

LUCIA MAGI - Bolonia


Pier Paolo Pasolini, compenetrado con su cámara, la abraza con todo el cuerpo, los músculos tensos y concentrados, parece querer colarse por el objetivo; o tendido hacia delante mientras rueda una escena en un patio interior desde lo alto: abajo el cuerpo desnudo de un joven de tez aceitunada (Franco Merli, el protagonista) y dos mujeres enfundadas de negro; o encaramado a una escalera tambaleante, con la máquina de rodaje apoyada al hombro, mientras los colaboradores se la aguantan. Son algunas de las imágenes capturadas por el fotógrafo Roberto Villa durante el rodaje de Las mil y una noches, último capítulo de la Trilogía de la vida, que Pasolini realizó en 1974, tras El Decamerón (1971) y Los cuentos de Canterbury (1972). "Una película donde tú diriges y yo soy el actor". El poeta, escritor, cineasta italiano (1922-1975) definió así el trabajo de Villa, que se expone hasta el 7 de octubre en la Filmoteca de Bolonia, ciudad del Norte de Italia donde el intelectual nació y estudió.
La exposición El Oriente de Pasolini constituye una especie de lámpara de Aladino, una estrella a la que perseguir para entrar en el filme, que mereció el premio de la Crítica en Cannes. Respetando o, mejor dicho, contagiado por el estilo y la cifra del título del libro y de la película, construidos por encajes con una historia dentro de la otra, Villa dibuja un verdadero cuento dentro del cuento. Los capítulos son imágenes naturales y espontáneas pero a la vez plásticas y extrañamente enigmáticas.
El encuentro entre Villa, entonces treintañero fotógrafo de publicidad, y Pasolini, ya curtido director y famoso intelectual, tuvo algo de hechizo. "Él intervenía en una charla sobre la televisión comercial. Cuando terminó, me acerqué para hacerle unas preguntas. Me hubiera gustado discutir con él de semiótica, ya que estaba reflexionando sobre algunos problemas del lenguaje visual. Él me contestó serio, con ese aire humilde, cercano, nada esnob: "Me encantaría debatir sobre ello, pero ahora estoy ocupado y dentro de dos días me voy a Oriente a rodar. ¿Por qué no viene con nosotros?". Ni decirlo, a los tres meses Villa estaba en Yemen. Justo el tiempo de cerrar unos trabajos en Italia y de encontrar unas revistas interesadas y arrancó su aventura al lado del creador más poliédrico y controvertido del momento.
El fruto de aquellos cien días como empotrado en el rodaje de Las mil y una noches se publicó en Playboy y Esquire. Hoy se puede admirar en Bolonia, gracias a los archivos que la cinemateca guarda en formato analógico y digital . La acertada selección llevada a cabo por Roberto Chiesi es a la vez un conmovedor documento sobre Pasolini, su manera visceral y concentrada de dirigir, y un fresco de un mundo a punto de derrumbarse por las guerras y la pobreza.

Fuente: ElPaís

Debbie Reynolds desviste la historia de Hollywood

La actriz subasta tesoros como el sombrero de Charlot o el traje blanco de Marilyn Monroe

ROCÍO AYUSO - Los Ángeles


Durante años los atesoró como suyos. El vestido blanco por el que todos recordamos a Marilyn Moroe en La tentación vive arriba. El sombrero de Charlot. Ese otro con peluca rizada que utilizaba Harpo Marx o el traje que diseñó Cecil Beaton para una espectacular Audrey Hepburn en la escena de las carreras de My Fair Lady (1964). Debbie Reynolds sabe de cine, de vestuarios y de lo que al público le gustaría ver en un museo del cine. Una lástima que nunca consiguió interesar a un museo en esta extensa colección de trajes de cine a la que ayer dijo adiós en una de las mayores subastas de la historia de Hollywood.
La casa de subasta Profiles in History (http://www.profilesinhistory.com/) estimaba ayer que la primera venta podría alcanzar entre los 2,8 y los 4 millones de euros. Sin embargo las cifras fueron mucho más altas. Y es que la colección que la estrella de Cantando bajo la lluvia sacaba a la venta era un auténtico tesoro. Por poner algunos ejemplos, el nombrado gorro de Charlie Chaplin se vendió por 76.000 euros, mientras que el nuevo propietario del vestido de Hepburn en My Fair Lady tuvo que ofrecer 2,5 millones de euros para hacerse con la prenda. En total Reynolds posee más de 5.000 piezas de las cuales ayer puso unas 600 a disposición del mejor postor y el próximo 3 de diciembre otro tanto destruyendo así una de las mayores colecciones del Hollywood dorado. "No hay otro modo. Necesitaba un descanso de la responsabilidad de intentar hacer algo que parece que nadie quiere hacer. Así cada uno disfrutará de su compra", declaró a la prensa la actriz de 79 años y frágil estado de salud.
Reynolds comenzó su colección con lo que pensó que era un crimen a la historia de Hollywood: la venta del atrezzo de los estudios MGM en 1970. "Nunca pensé que MGM pudiera desaparecer", recuerda todavía con descreimiento. Y tras esa compra inicial siguió aumentando su colección con las ventas de otros estudios como Fox o Paramount así como donaciones personales. De esa forma consiguió el tocado de Elizabeth Taylor en Cleopatra (del que se separó ayer por algo menos de 49.000 euros) o la toga de Richard Burton en esa misma película. También tiene los trajes de campesinos de la familia Von Trapp en Sonrisas y lágrimas o la guitarra (dedicada) de Julie Andrews. Siguiendo con los clásicos, la colección que Reynolds subasta también incluye el vestuario del Ben-Hur (1959) de Charlton Heston (la túnica de Judá Ben Hur se vendió por 223.000 euros) o el de El rey y yo (1956) de Yul Brynner.
De su propia filmografía la madre de Carrie Fisher incluye el vestuario de Molly Brown, siempre a flote (1964). Y no solo de vestidos vive esta colección que incluye muebles como los sofás del Mujercitas de Katherine Hepburn o incluso coches, como el Ford modelo T de 1918 usado en las películas de Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, y vendido por algo más de 24.000 euros. La idea de Reynolds siempre fue exponer estas joyas en la medida de lo posible en su ambiente, comprando en ocasiones sets enteros para poder reproducir una escena. Llegó a contar con su propio museo en el casino que abrió en Las Vegas con su tercer marido, Richard Hamlett.
Pero tras el fracaso de aquella aventura llega el momento de mirar hacia adelante. "El traje de Marilyn ya no es tan blanco como era pero es el paso de los años", comentó con razón de una de las piezas más buscadas. Sea como sea, la menor blancura del vestido no pareció importarles mucho a los postores: su nuevo dueño pagó 3,2 millones de euros por él.

Fuente: ElPaís

"Odisea de un antihéroe en furgoneta"

'El viaje del director de recursos humanos', el nuevo filme del director israelí Eran Riklis, narra las peripecias del protagonista para enterrar en Rumania a una empleada a la que apenas conocía

TOMMASO KOCH - Madrid

Una furgoneta recorre el hielo de Rumania con un ataúd amarrado a su techo. En las paredes de madera descansa el cadáver de la rumana Yulia Petracke. Centímetros más abajo viaja una mezcla peculiar de personajes que el destino ha decidido juntar para que cumplan una misión: ofrecerle un digno entierro en su pueblo natal a la mujer. El jefe de recursos humanos israelí de la panificadora donde Petracke trabajaba en Jerusalén, el hijo de la fallecida, su exmarido, un periodista, el esposo de la cónsul israelí en Rumania: estas figuras sin nombre pueblan El viaje del director de recursos humanos, cuento de hadas moderno y melancólico del director israelí Eran Riklis (Los limoneros) que se estrena hoy viernes en las salas españolas.
"Me gustan los road movies. Un viaje puede provocar cambios en los personajes y convertirse en un recorrido también emocional", asegura Riklis, en el madrileño cine Doré, tras la proyección del filme. El director se refiere sobre todo a la evolución del jefe de recursos humanos que le da el nombre a la novela de Abraham B. Yehosua y a su adaptación cinematográfica. El atentado suicida que mata a Petracke rompe la rutina de un hombre anodino y fiel a un guion previsible. La mujer pasa de ser una cara más, y borrosa, de la panificadora a convertirse en la obsesión del jefe de recursos humanos. "Es un personaje que siempre ha estado haciendo cosas lógicas y necesita una locura", explica Riklis.
Así, el hombre (el actor ucranio Mark Inavir) deja a sus espaldas miles de kilómetros e imprevistos para garantizarle el merecido descanso a una desconocida y, quizás, volverse mejor persona. "El protagonista es un antihéroe. Mi desafío era demostrar que alguien aparentemente aburrido puede tener una historia. Pese a su cargo, es un hombre seco al que se le dan muy mal las relaciones personales y que sin embargo acaba mostrando su bondad", sostiene Riklis. Bueno, "más o menos, como todo lo que digo", se ríe el director, tras pronunciar las dos palabras españolas que acaba de escuchar en una rueda de prensa.
Las sombras grises del protagonista bien se acompañan con la belleza "oscura" de campos, pueblos y gentes de Rumania: "Es un país muy bonito con un pié todavía en la época comunista y otro en la modernidad". Su experiencia personal en Rumania fue además una de las modificaciones que el director aportó a la novela. "El milagro, o más bien truco, de un cuadro de la Virgen llorando que aparece en el filme lo vi allí, en una iglesia", cuenta Riklis. También añadió algunas escenas dinámicas, "ya que el libro es más filosófico", y una fugaz aparición ante la cámara de un manual para aprender hebreo firmado por su abuelo.

Fuente: ElPaís

"Luces, móvil... ¡acción!"

Crecen los festivales consagrados a filmes rodados con cámaras de aficionado - Los nuevos formatos sirven de plataforma a debutantes

TOMMASO KOCH - Madrid

Puede ser una lavadora o un dentista esperando en vano a un paciente. Lo imprescindible es que el filme esté basado en una idea, ya que en tres minutos no caben diálogos inolvidables o bandas sonoras conmovedoras. Tampoco los medios lo permiten: por mucho que evolucionen, los móviles y cámaras fotográficas aún no dan para los efectos especiales de Origen, los últimos ganadores del Oscar. Poco importa, Leonardo DiCaprio tampoco atendería la llamada de un director desconocido.
Del Screenfest australiano al Mobifest de Toronto o el Iberminuto español, se multiplican los concursos y festivales de cine casero dirigidos al público de masas. Los requisitos incluyen una cámara cualquiera (incluso la de un móvil) y unas horas de trabajo. La recompensa: dinero y visibilidad. Cineastas con escasos recursos o directores improvisados, todos están convocados a competir por un día (o más) de fama. El Mobile Film Festival que Bruno Smadja creó en Francia en 2005 fue de los pioneros: "La compañía en la que trabajaba sacó a la venta un móvil con una buena cámara. Con algunos amigos directores hablé de conjugar ese mundo y el cine". Tres son las reglas de su festival: género libre, duración de un minuto y para rodar, el móvil. La edición de 2011 recibió 350 cortos. "Llegan también trabajos horribles, pero la calidad va aumentando. Este año había 80 muy buenos", asegura Smadja. Una larga tristeza -un plano corto y un diálogo de 40 segundos sobre un vestido debía de ser especialmente bueno, ya que su creador, Morgan Simon, se llevó el premio (y 15.000 euros).
El joven francés, que sigue un curso para guionistas, asigna al nuevo formato "el mismo estatus que a los proyectos tradicionales". El director español Daniel Sánchez Arévalo (Primos) respalda esta postura: "Ha desaparecido esa obsesión de que solo era cine lo que estaba rodado en 35 milímetros". Aunque la comparación de estas obras con las convencionales es un campo minado. Péter Vadócz, húngaro licenciado en Comunicación que ha participado con 350 cortos en festivales de 45 países, enumera las diferencias: "El tamaño de la pantalla en la que se proyecta, la duración limitada y los movimientos de la cámara más amateurs de los filmes hechos con móvil y la trama, que normalmente está basada en una sola idea".
El citado corto del dentista refleja el último concepto subrayado por Vadócz, autor de ese vídeo. Así lo resume Sánchez Arévalo: "No me importan los medios; una película me atrapa con una buena historia y buenas interpretaciones. Para eso no hace falta dinero, sino mucho trabajo y un poco de talento. O al revés". Lavar, enjuagar y centrifugar tenía una buena historia. Este cortometraje de Frederico Texeira de Sampayo ganó el concurso My World (Mi Mundo) de la BBC en 2010 resumiendo España con una lavadora en marcha. Representaba "la frustración de un parado", según Texeira.

Fuente: ElPaís

"Una sátira sobre la casualidad"

Ricardo Darín interpreta a un ferretero cascarrabias al que el destino obliga a convivir con un chino que no habla castellano en 'Un cuento chino', la última película de Sebastián Borensztein sobre la convivencia entre culturas

ANA MARCOS - Madrid

Uno a uno, Roberto cuenta los clavos de una caja. Por cada alcayata que suma, su tono se endurece, su gesto se agrava y su conteo se convierte en una ristra de calificativos poco acordes con las propiedades de estos objetos. A Roberto, ferretero en un barrio de Buenos Aires, no le salen las cuentas, una vez más. "Estamos habilitados a suponer que alguien que está enojado, puede tener sus motivos. Alguien que está dolorido, seguramente tiene una causa", excusa a su personaje, Ricardo Darín, de visita promocional en Madrid para presentar Un cuento chino, la última película del director argentino Sebastián Borensztein, que se estrena hoy en España.
Esta "sátira", como la denomina el intérprete argentino, con algo de cuento y un poco de fábula -por la aparición fortuita de una vaca que cae del cielo- rompe con el sinsentido en el que vive el personaje de Darín, cuando un ciudadano chino aparece de manera fortuita en la vida de este ermitaño huraño. Es entonces cuando el filme se convierte en "una historia sobre el enfrentamiento entre conceptos que se entienden de manera diferente en dos culturas, la oriental y la occidental".
La idea oriental de dotar a cada circunstancia de un significado la encarna el actor Huang Sheng Huang, perdido en la capital argentina. La indignación constante con cada piedra en el camino es patrimonio de Roberto. Lo que descubren protagonista y espectador es que, después de chocar frontalmente contra su soledad y ser capaz de solidarizarse con un hombre sin mas rumbo que un tatuaje con la dirección de un familiar, "el tipo está hecho de una materia noble".
"Roberto sigue atrincherado como excombatiente de Malvinas", explica Darín. Borensztein encontró a su protagonista en un hombre argentino que luchó en la guerra que enfrentó a Argentina e Inglaterra en las postrimerías de la dictadura militar que asoló el país del Cono Sur en los ochenta. "Un auténtico héroe", apostilla el actor, "solo, subido en una piedra, y con la única ayuda de una ametralladora, se enfrentó a un helicóptero y consiguió que su batallón pudiera escapar". El combatiente anónimo es poseedor de una medalla honorífica que tienen, solamente, los próceres argentinos San Martín y Belgrano. Pese a lo magno de su obra y condecoración, los avatares de estos soldados se unen todos en el personaje de Roberto.
Unos metros más abajo del hotel Emperador, donde Darín desvela los pormenores de este cuento chino, otra trinchera trata de sobrevivir a los embistes del tiempo. Los indignados del 15-M se cuelan en la conversación. "Esta juventud reclama cosas justas, muy justas", dice con la misma convicción que defiende a su personaje. "Lo único que pido es que lo cuiden. Cuando uno tiene algo precioso entre manos no puede desenfocarse. A veces las reuniones se vuelven multitudinarias y corren el riesgo de desvirtuarse. En honor a lo que pienso, a mis hijos, a la juventud que está tan desengañada en muchos aspectos, que no se desenfoquen, que no permitan la intromisión de otros que puedan llevar las cosas a otro lado".

Fuente: ElPaís

"Carta blanca a James Bond "

Jeffery Deaver renueva la imagen del agente secreto al convertir a un veterano de Afganistán que no fuma y que piensa en las consecuencias de matar en el nuevo 007. La novela sale a la venta el próximo día 27.

 


Ian Fleming falleció en 1964 en un hospital de Kent. Antes de morir se disculpó ante los médicos por las molestias que les había causado aquella contrariedad. Sólo ocurre una vez en la vida y les ha tenido que tocar a ustedes. Detrás dejaba un personaje que había convertido el asesinato en una pasarela de armanis, modelos y otras carrocerías caras. Una joya. Un álter ego con todas las catas de un «bon vivant» y dotado con la aritmética del cinismo. La misma que caracterizaba al autor y que siempre ha cimentado el humor inglés.
Bond, James Bond, se convirtió en un icono de la Guerra Fría, como las piernas de Marilyn Monroe. En aquella sociedad en la que los hombres todavía llevaban camisetas de tirantes debajo de las camisas y las esposas hacían la comida y limpiaban el frigorífico, 007 representaba una vida de glamour, peligros, sábanas revueltas y otras heroicidades por el estilo. Ellos soñaban con nadar entre tiburones y conquistar a esas chicas de póster. Ellas, con ser seducidas por un hombre que nunca suda. El agente británico se había convertido en un héroe. Y no necesitaba mallas azules como Supermán. Para disfrazarse ya tenía toda la alta costura.
Un lavado de cara
Ha pasado el tiempo y hasta los tipos duros necesitan reciclarse.  El estereotipo de macho violento que arrasa entre las mujeres, bebe como un ruso, fuma como un carbonero y viste igual que un «gentleman» en un mundo sin obreros (la delincuencia que combate es una delincuencia de organizaciones con socios ricos o multimillonarios trastornados) ha quedado obsoleto. Necesitaba un lavado de cara. El cine dio el primer paso despidiendo a Pierce Brosnan y sustituyéndolo por el broncas de Daniel Craig, un actor con espalda suficiente para que jamás le quede bien un traje de Dolce & Gabbana. Pero el aliciente definitivo que impulsó la renovación fue otro icono de novela: Jason Bourne. Una refundición actualizada del mito. Tecnológico, letal, también sin pasado, viajado y versado en media docena de lenguas que le permiten trastear de una punta a otra del mundo sin problema.
Había que hacer algo. Bourne, igual que Jack Bauer, comparte con el espía inglés las iniciales del nombre: J. B. Y es que, en los últimos años, James Bond  se ha ido actualizando en la gran pantalla y series del éxito de «24 horas». Lo ha hecho de manera silenciosa, como corresponde a un buen espía. Y con él, también sus dilemas morales. El personaje arrastraba algunas características de esos detectives privados que dio aquella novelística de Hammett y Chandler. Esos tipos destinados a trabajar para el que les paga y que sienten una contemporánea predilección por el dinero (entiéndase lujo), el alcohol y el sexo. Pero de eso hace bastante.
La aparición de «Carta blanca», la nueva aventura de 007, que publicará Umbriel el 27 de este mes, cumple el propósito de lavar la imagen del británico. James Bond ahora es un agente secreto de esta época pos 11-S, que se maneja con artefactos de toda clase para seguir a sus enemigos. Un veterano de Afganistán, con el arañazo de una cicatriz de siete centímetros envejeciéndole una de las mejillas y que ha prescindido de las cajetillas de tabaco, aunque no de sus cócteles: «Crown Royal con hielo, doble, por favor. Añada media medida de triple seco, dos gotas de bíter y una corteza de naranja».

Fuente: LaRazón
Madrid - Javier Ors

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